
Un nuevo estudio científico revela que la extracción de oro en Sudamérica está imposibilitando la restauración de la selva amazónica.
Los investigadores descubrieron que la extracción de oro no sólo destruye el suelo, sino que además le succiona toda la humedad y retiene el calor. En condiciones tan extremas, las plántulas jóvenes simplemente no pueden crecer.
«Es como intentar hacer crecer un árbol en un horno», — afirma el coautor del estudio, Profesor de Estudios de la Tierra y el Medio Ambiente en el Dornsife College of Letters, Arts and Sciences de la Universidad del Sur de California, Josh West.
En el Amazonas, la extracción de oro provoca la deforestación del 10 % de la selva tropical, y estas cifras siguen aumentando. La superficie de tierra utilizada para la extracción de oro se ha duplicado desde 2018 debido al rápido aumento de los precios del metal precioso. En 2023, el área estimada de minería de oro en la Amazonía era de 13 mil kilómetros cuadrados.
Como resultado, la temperatura del suelo se eleva a 60°C. La capa de arena seca alcanza ya varios metros. La regeneración natural del suelo se hace prácticamente imposible.
Como parte del estudio, los investigadores analizaron dos explotaciones mineras abandonadas de la región Madre de Dios, en el sureste de Perú. Para minas y canteras en estas zonas se utilizaban dragas — unidades tecnológicas flotantes con equipos de minería y procesamiento para extraer minerales de debajo de la capa de agua.

Estas plantas utilizaban grandes volúmenes de agua para bombear lodo y arena de lechos de ríos y arroyos en busca de partículas de oro. Según el autor principal del estudio Según Abra Atwood, estas dragas arrastran la capa superior del suelo, rica en arcilla y nutrientes. Después el paisaje queda desierto en los alrededores terraplenes de arena de hasta 7 metros de altura.
Los científicos utilizaron la teledetección y el análisis de la resistencia eléctrica — un método para determinar la facilidad con que la humedad se desplaza por el suelo, mediciones de las propiedades del suelo y cámaras termográficas para evaluar el impacto de la minería en la tierra. Resultó que residuos mineros funcionan como un tamiz, permitiendo que el agua se infiltre mucho más rápido que en los suelos forestales originales. La velocidad de infiltración del agua alcanzó los 15 metros al día, mientras que en el bosque era de sólo 0,074 metros al día.
Como resultado, el suelo retiene mucha menos humedad y más calor. Esto se ve agravado por la falta de sombra provocada por la tala de árboles, que hace prácticamente imposible que crezcan nuevos. Los plantones trasplantados simplemente mueren en tales condiciones. Al evaluar la magnitud del desastre, los investigadores descubrieron que entre 1980 y 2017 se talaron 950 kilómetros cuadrados de selva tropical en la zona.
«El paisaje actual en las zonas de minería aluvial donde hemos trabajado proporciona muy pocos servicios ecosistémicos aparte de la producción de oro. La pérdida de hábitat también afectará a la biodiversidad a largo plazo», — explica Abra Atwood.
En su lugar, los investigadores proponen una serie de medidas específicas para rediseñar el paisaje y mejorar retención de agua en las zonas afectadas por la minería. Proponen rellenar los estanques desecados que se utilizaron para la minería con el fin de devolver al terreno una superficie nivelada. Esto acercará las raíces de los árboles a las aguas subterráneas, aumentará la retención de humedad y estimulará la regeneración vegetal. Después será necesario restaurar la capa superior del suelo.
Mientras tanto, Abra Atwood predice que estas medidas se enfrentarán a importantes retos financieros, logísticos y políticos. La extracción ilegal de oro afecta a muchas regiones de la Amazonia, como Perú, Brasil, Surinam y Guyana.
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